Hoy os dejo un cuento propio, lo “cuelgo” con doble sentido. Uno, dedicado a mi prima Macarena, que me lo pidió como regalo de cumpleaños (fue en noviembre, pero prima aquí lo tienes). Otro, como regalo para todos, para que entréis con buen pie en el nuevo año.
Dedicado
a todas las personas que gustan de hilar palabras con sentido
A Maca le gustaba mucho hablar. Desde el mismo día que aprendió su primera palabra, no había dejado de
hacerlo.
“Agua” era su palabra
favorita desde bien pequeña y como no
sabía decir nada más, la repetía con insistencia. La decía cuando le dolía
tripa, cuando tenía ganas de comer, cuando el abuelo Ramón le pinchaba con la
barba. Traía locos a sus padres, que a todas horas cargaban con el biberón para
dar de beber a su niña.
Con el tiempo Maca aprendió
otras nuevas, “Mamá, papá, jamón” .Las usaba mezclándolas sin ton ni son.
- Mamá agua, jamón
papá
Las tarareaba al cantar, o cuando le dolían los dientes,
las gritaba bien alto.
-¡MAMÁ JAMÓN!- berreaba la pequeña, mientras se señalaba
las encías.
Los padres de la niña,
pasaban días sin dormir y estaban muy cansados (aún más que cualquier familia que
tenga un bebé). Maca hablaba incluso en sueños y nos les dejaba cerrar ni una
pestaña.
Una mañana, la mamá de Maca
sentó a la pequeña delante de la TV. Cuando estaba embarazada, se había prometido,
no ser como aquellas madres que dejan que la
tele crie a sus hijos. Pero no podía más, y tenía que tender la ropa.
Como por sorpresa, a partir
de entonces, la pequeña permanecía en silencio durante horas. Miraba y
escuchaba con interés las imágenes y las palabras que salían de aquella extraña caja tonta.