Dame zapatos, de muchos colores, con o sin tacones. De cuero o sintéticos,
con velcro o cordones. De punta redonda o triangular, brillantes o llenos de
suciedad.
Esto era una vez, un
zapatero que coleccionaba zapatos y los guardaba en un arcón. Allí guardados,
los zapatos se aburrían e inventaron un mundo, al que llamaron Puntaytacón.
Las botas de montaña,
eran los caballeros de honor, recorrían los campos sin desgaste, subían el monte,
lo bajaban y, a veces, luchaban contra un dragón.
Las deportivas eran las
mensajeras, las más rápidas siempre en llegar. Recorrían a veces kilómetros,
otras millas, siempre las cartas eran los primeros en entregar.
Las pantuflas, buenas
consejeras reales. Cálidas y tranquilas, siempre las más cabales del lugar.
El tacón más alto, una
madrastra muy peculiar. Altiva y sufrida, a las princesas buenos modales quería
enseñar.
Las manoletinas eran las
princesas, por los bailes de la corte de puntillas iban a danzar. Para no
cruzarse con su madrasta, que su espíritu quería domar.
Los mocasines, los
príncipes atolondrados, que sobre un caballo blanco, el amor querían encontrar.
Los náuticos, los
marineros, que con la luna salían a navegar. A ver si luchaban contra piratas o
con sirenas podían cantar.
Las alpargatas, eran las
campesinas, que en la tierra querían sembrar. Cereales, frutas o verduras,
mirando siempre al cielo están. No vaya hacer mal tiempo en ese lugar.