05 febrero 2014

Horacio y el calendario (Exceso de tareas)



Quién no ha echado andar durante horas y al regresar le han dolido los pies horrores. Seguro que todos tenéis un armario con varios zapatos. Unos para correr, otros para caminar, unos para el frío invierno, unos descubiertos para enseñar los pies, otros con tacones bien altos, unos para pegar puntapiés al balón y otros que se caen a trozos de tantos Kilómetros caminados.
 Esta historia no sólo habla de zapatos sino que  también nos puede ayudar a reflexionar sobre la saturación de tareas que tienen los niños actuales. Demasiadas horas pasan en la escuela reteniendo conceptos y llevándose deberes a casa, como para llenar el  tiempo libre con más actividades extraescolares dirigidas. Actividades que les pueden llegar a agotar y perder el norte de lo que significa ser niño (imaginar y jugar). Jugando también se aprende e imaginando se crece haciendo niños más felices y menos frustrados.
¡Espero que os guste!


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Lesley Spano
En la casa de Horacio todo eran siempre gritos y peleas. Su madre ya no sabía qué hacer, y es que el pequeño no atendía a razones, ni horarios.
El niño nunca se levantaba para ir al colegio a su hora, el lunes no se despertaba porque pensaba que todavía era domingo, a la hora de merendar quería ver la tv, y a la hora de baño quería jugar en el jardín.

Así que aquella tarde Horacio estuvo castigado todo el día, sin ver la televisión, si jugar en el parque, sin postre, sin consola, sin colores, sin música, sin su hermana Leonor; encerrado en la habitación.
-Hasta que no respetes  el calendario y hagas tus tareas, no vas a salir de tu cuarto. A ver si aprendes a ser un niño normal- Le dijo su madre con la cara colorada y los pelos de punta.
¿Ser un niño normal?, ¿y eso qué es? pensó Horacio muy enfadado mientras cerraba de un portazo la puerta de su habitación.
Tanto tiempo pasó aburrido y sin nada que hacer, que se tumbó en la cama y comenzó a soñar con los ojos abiertos.
Imaginó ser un vaquero a lomos de un avestruz (si como lo lees, así era su fantasía). Trotaba y trotaba pero…. ¡oh!  Al final del camino el avestruz se paraba, ¡claro! Horacio no tenía una escoba para montarla.
Pensó ser un astronauta que flotaba en el espacio recogiendo agujeros negros pero… ¡oh! el espacio se borraba porque no tenía un cubo para usarlo de casco.
Así pasó largo tiempo inventando, pero siempre le faltaba algo para disfrutar, Horacio no tenía ni libros para  poder  soñar e imaginar.
Aburrido, se fijó que en el armario colgado había un almanaque lleno de cuadritos, fechas, colores y horarios. ¡Bueno al menos tengo algo con lo que jugar!  Pensó, y cogiéndolo entre las manos, cerró fuertemente los ojos y de nuevo intentó inventar.
Rápidamente se convirtió en unas enormes botas de sieteleguas, que volando recorrían los días de la semanas, dando brincos entre las fechas como una liebre.
El lunes las botas iban a ver a la abuela Marieta. Escuchaban largas historias y merendaban galletas de canela.
El martes las botas viajaban a la clase de música del Sr Doremí, aquella aula sonaba a flauta y las botas se convirtieron en zapatos alegres que  bailaban y saltaban risueñas como gaitas.
El miércoles tocaba jugar en el Parque del Mirlo. Los zapatos  ahora eran zapatillas de deporte, que golpeaban un balón de futbol  o corrían detrás de otros niños.
El jueves era un día más serio, tocaba clase de inglés con el Sr Smith, y Horacio se convirtió en unos Green shoes  por aquello de que había que saber idiomas.
El viernes el pequeño se relajaba y se transformaba en unos zapatos cómodos, que se iban de paseo con papá  y su perra Agua  a la huerta. Allí trepaban, corrían y pedaleaban en una bici vieja.
El sábado y el domingo Horacio se convirtió en unas zapatillas de andar por casa, en unas botas de montaña, en unas chanclas para la playa, unas botas para la lluvia, unas zapatillas de deporte, en unos calcetines. Y de repente en unos pies desnudos con cinco dedos en cada uno.
-¡Despierta Horacio!, venga levántate
Era la voz de mamá, que venía arreglada, peinada y con el chaquetón  en la mano.
- ¡Rápido!, coge tus cosas, que hoy es Martes y llegamos tarde a…
-Si mamá, llegamos tarde a clase de música- dijo el niño mientras que rápidamente se levantaba y cogía su flauta y partituras, dejando a su madre con la boca abierta.
Desde entonces Horacio nunca llega tarde, siempre cumple sus tareas y nunca, nunca deja las cosas para otro día. Aunque a veces cuando nadie mira, el pequeño saca sus zapatos del armario, los pone en fila e imagina recorrer  de un salto todas las fechas del calendario.



 

2 comentarios:

  1. es verdad, a veces a los peques los hacemos grandes antes de tiempo... besoss

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    1. Desde luego Kabu, pero es lo que nos vende la sociedad,tenemos que tener niños hiperactivados, que sepan de todo, hagan de todo....pero todo sin un objetivo claro. Quieren crear máquinas sin infancia y sueños.Besos

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