Quién no ha echado andar durante horas y al regresar le han dolido los pies horrores. Seguro que todos tenéis un armario con varios zapatos. Unos para correr, otros para caminar, unos para el frío invierno, unos descubiertos para enseñar los pies, otros con tacones bien altos, unos para pegar puntapiés al balón y otros que se caen a trozos de tantos Kilómetros caminados.
Esta historia no sólo habla
de zapatos sino que también nos puede
ayudar a reflexionar sobre la saturación de tareas que tienen los niños
actuales. Demasiadas horas pasan en la escuela reteniendo conceptos y llevándose
deberes a casa, como para llenar el tiempo libre con más actividades
extraescolares dirigidas. Actividades que les pueden llegar a agotar y perder
el norte de lo que significa ser niño (imaginar y jugar). Jugando también se
aprende e imaginando se crece haciendo niños más felices y menos frustrados.
¡Espero que os guste!
En la casa de Horacio
todo eran siempre gritos y peleas. Su madre ya no sabía qué hacer, y es que el
pequeño no atendía a razones, ni horarios.
El niño nunca se
levantaba para ir al colegio a su hora, el lunes no se despertaba porque
pensaba que todavía era domingo, a la hora de merendar quería ver la tv, y a la
hora de baño quería jugar en el jardín.
Así que aquella tarde
Horacio estuvo castigado todo el día, sin ver la televisión, si jugar en el
parque, sin postre, sin consola, sin colores, sin música, sin su hermana
Leonor; encerrado en la habitación.
-Hasta que no
respetes el calendario y hagas tus
tareas, no vas a salir de tu cuarto. A ver si aprendes a ser un niño normal- Le
dijo su madre con la cara colorada y los pelos de punta.
¿Ser un niño normal?, ¿y eso qué es? pensó Horacio muy
enfadado mientras cerraba de un portazo la puerta de su habitación.
Tanto tiempo pasó
aburrido y sin nada que hacer, que se tumbó en la cama y comenzó a soñar con
los ojos abiertos.
Imaginó ser un
vaquero a lomos de un avestruz (si como lo lees, así era su fantasía). Trotaba
y trotaba pero…. ¡oh! Al final del
camino el avestruz se paraba, ¡claro! Horacio no tenía una escoba para montarla.
Así pasó largo tiempo
inventando, pero siempre le faltaba algo para disfrutar, Horacio no tenía ni
libros para poder soñar e imaginar.
Aburrido, se fijó que
en el armario colgado había un almanaque lleno de cuadritos, fechas, colores y
horarios. ¡Bueno al menos tengo algo con
lo que jugar! Pensó, y cogiéndolo
entre las manos, cerró fuertemente los ojos y de nuevo intentó inventar.
Rápidamente se
convirtió en unas enormes botas de sieteleguas, que volando recorrían los días
de la semanas, dando brincos entre las fechas como una liebre.
El lunes las botas
iban a ver a la abuela Marieta. Escuchaban largas historias y merendaban
galletas de canela.
El martes las botas
viajaban a la clase de música del Sr Doremí, aquella aula sonaba a flauta y las
botas se convirtieron en zapatos alegres que
bailaban y saltaban risueñas como gaitas.
El miércoles tocaba
jugar en el Parque del Mirlo. Los zapatos ahora eran zapatillas de deporte, que
golpeaban un balón de futbol o corrían
detrás de otros niños.
El jueves era un día
más serio, tocaba clase de inglés con el Sr Smith, y Horacio se convirtió en
unos Green shoes por aquello de que había que saber idiomas.
El viernes el pequeño
se relajaba y se transformaba en unos zapatos cómodos, que se iban de paseo con
papá y su perra Agua a la huerta. Allí trepaban,
corrían y pedaleaban en una bici vieja.
El sábado y el domingo
Horacio se convirtió en unas zapatillas de andar por casa, en unas botas de
montaña, en unas chanclas para la playa, unas botas para la lluvia, unas
zapatillas de deporte, en unos calcetines. Y de repente en unos pies desnudos
con cinco dedos en cada uno.
-¡Despierta Horacio!,
venga levántate
Era la voz de mamá,
que venía arreglada, peinada y con el chaquetón
en la mano.
- ¡Rápido!, coge tus
cosas, que hoy es Martes y llegamos tarde a…
-Si mamá, llegamos
tarde a clase de música- dijo el niño mientras que rápidamente se levantaba y
cogía su flauta y partituras, dejando a su madre con la boca abierta.
Desde entonces
Horacio nunca llega tarde, siempre cumple sus tareas y nunca, nunca deja las
cosas para otro día. Aunque a veces cuando nadie mira, el pequeño saca sus
zapatos del armario, los pone en fila e imagina recorrer de un salto todas las fechas del calendario.
es verdad, a veces a los peques los hacemos grandes antes de tiempo... besoss
ResponderEliminarDesde luego Kabu, pero es lo que nos vende la sociedad,tenemos que tener niños hiperactivados, que sepan de todo, hagan de todo....pero todo sin un objetivo claro. Quieren crear máquinas sin infancia y sueños.Besos
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